viernes, 29 de octubre de 2010

El placer del viajero. Ian McEwan

Todos los libros ambientados en Venecia parecen impregnarse del aúrea decadente y romántica de la ciudad, y El placer del viajero lo hace para sorprender con un final que obliga a evaluar toda la obra desde una perspectiva diferente. Sin embargo, es cierto que hay pistas de lo que va a ocurrir, como en la segunda cita de El placer del viajero: "Los viajes son una brutalidad. Le obligan a uno a confiar en extraños y a perder de vista toda la comodidad familiar de la casa y de los amigos. Se está en continuo desequilibrio. Nada le pertenece a uno salvo las cosas esenciales: el aire, el descanso, los sueños, el mar, el cielo, y todo tiende hacia lo eterno o a lo que imaginamos de la eternidad." Quien haya leído completo esta cita ya habrá leído lo mejor del libro, y es que entre Pavese y McEwan, no hay color, qué quieren que les diga. Es una novelita (corta, como a mí me gustan) con oficio, que retrata algún personaje interesante, pero... la prosa no denota nada de particular, no hay grandes diálogos (más bien pobres), los temas que se tratan se hacen peor que en otros casos similares, y la carga de profundidad que encierra el libro, los mensajes subliminales que dejan en la mente de quien la lee, me parecen muy poco cristianos (en el buen sentido de la palabra), claro, lo de "con lo bien se está en casita" (que es lo que dice Pavese con mejores palabras), y "no te fies de los desconocidos que te inviten a su casa". Lo mejor de El placer del viajero es el precio (edición de bolsillo de Anagrama (compactos)), que se lee bien, y que es correcta. Nodras.

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